La crisis de la modernidad, tiene antecedentes históricos, pero está dada principalmente en base a visiones o puntos de vista de diversos autores. Desde lo histórico se plantea que la etapa sucesora de la modernidad es la posmodernidad, que se inicia a mediados del siglo
XX, con los nuevos avances “tecnológicos inteligentes ”, el más importante, el ordenador; y
junto a ello la consolidación de la era de la
información , que permitirá avanzar a pasos
agigantados hacia el proceso de globalización.
Según Touraine (1994), “la modernidad
pasa a un estado de crisis cuando la
racionalización pasa de ser un principio crítico
ordenador del espíritu científico y libertador de las
ataduras de los dogmas de lo tradicional, a un
principio legitimador de explotación, al servicio del
lucro e indiferente a las realidades sociales,
sociológicas y fisiológicas ”. Los sujetos sociales
dejar de ser sujetos que construyen la realidad sino
un sujeto como sujeción, dominación, sujeto a
relaciones de poder, sujeto a una visión de mundo.
Néstor García Canclini habla de la
hibridación cultural, “fenómeno que se materializa
en escenarios multi-determinados donde diversos
sistemas se interceptan e interpenetran ”,
haciendo alusión a la simultaneidad de las
concepciones modernas y posmodernas de la
sociedad, como lo rural y lo urbano, lo mestizo y lo
blanco, lo tradicional y lo moderno; situación que
se intensificó gracias a los procesos migratorios.
Las críticas a la modernidad platean una
nueva forma de producción de conocimientos y de
relaciones. Se critica la parcialización del
conocimiento como una forma de integrar otros
conocimientos más especializados; al sistema
económico, el capitalismo, por su carácter
disgregador, a la desintegración social y la pérdida
de ciertas cualidades humanas como la libertad y la
autonomía que se transformó en soledad, y lo
condujo en cierto modo al poder burocrático.
Otro elemento que se agrega para el análisis
posterior, es la crítica epis-política, que mezcla una
crítica epistemológica que pretende la revitalización
de la producción del conocimiento y una crítica
política que establece la posibilidad de que las/os
interventoras/es sociales se establezcan en ciertos
rangos de poder. Por lo tanto se plantea que la
combinación de ambas, permite un compromiso
político de las ciencias sociales con la sociedad, y la
posibilidad de diálogo y construcción de la
psicología social crítica validando la idea de cambio
social.
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